Por Óscar Ribeiro Órfão (@OscarRibeiro12)

Todo empezó aquel verano después de haber superado la selectividad. Tantos sueños y metas por cumplir. Y así fue. Las maletas llenas y un billete de tren rumbo a Salamanca.

Estudié Relaciones Laborales en la USAL y algunos cursillos cortos. Fueron años de locura, juventud, amor y aprendizaje. Aprendí cosas buenas y malas, pero al fin y al cabo todo es aprender. Pero tras los años de universidad se planteaba un escenario un tanto inestable. ¿Qué hago ahora? ¿Envío currículums? ¿Oposiciones? Me imaginaba en mis posibles futuros trabajos, y no, no me veía.

Las preguntas seguían. ¿Eso era todo? ¿Ahora toca trabajar durante toda la vida? Sí, parecía ser que sí. Quizás por cultura, presiones sociales o las expectativas lanzadas sobre nosotros, no lo sé, pero ese era el destino: trabajar toda la vida atado a un horario y sin tiempo para la familia, los amigos o el ocio.

Entonces llegué a Madrid y empecé una nueva etapa, más adulta, madura y segura. Tras unos días ocupando el sofá de Marta y Guiller, hice varias entrevistas. La primera fue para un Departamento de Recursos Humanos en Plaza de España. No la recuerdo mucho, porque pasó rápido y estaba muy, pero que muy nervioso. Me dijeron que me llamarían y esperé. Hice alguna más, pero finalmente fue aquella primera empresa la que me seleccionó para una segunda entrevista.

Acudí a la cita como un flan, aunque no tanto como la primera vez, pero sabía que me jugaba mucho. Tras 10 minutos de conversación con la directora de RR.HH., me comunicó que había sido seleccionado.

Poco a poco fui rodando, busqué un piso y empecé a trabajar con mucha motivación y energía. Aprendí rápido y supe hacerme un hueco en el equipo, pasaron los años y tenía una relación excelente con mis compañeros de trabajo, me habían ascendido en la empresa e incluso me pagaron un Máster en Dirección de Recursos Humanos. ¡Todo era perfecto!

Después de conocer a mi pareja y estar cansado de mi trabajo ante la imposibilidad de ascender y la monotonía que se había establecido, decidimos trasladar nuestra residencia a Canarias. Habíamos estudiado juntos un Máster de Asesoría Laboral, Fiscal y Contable, todo ello por un gran proyecto que teníamos en mente. ¡Habíamos decido emprender!

En concreto, nuestro proyecto era una asesoría de empresas. Pensamos cada detalle, absorbimos los conocimientos del máster como esponjas. Yo llevaría la parte laboral y mi pareja, recién licenciado en Empresariales, la parte contable y fiscal. El pack se intuía completo.

Una vez trasladado a Las Palmas de Gran Canaria, realicé prácticas en una asesoría de la competencia para analizar como trabajaban, conocía la parte técnica pero no la organizativa de una asesoría. Analicé los procesos, procedimientos, sistemas de archivo, programas, servicio de atención al cliente… Mi pareja paralelamente hizo lo mismo en otra asesoría.

Teníamos carrera, máster, experiencia laboral, habíamos analizado la competencia desde las mismas entrañas, sabíamos lo que teníamos que hacer. Empezamos todos los trámites para la construcción de una sociedad limitada. En el equipo entró una chica contable de la asesoría donde mi pareja realizó sus prácticas, sin formación oficial, pero con años de experiencia en el sector.

Buscamos local, nombre, analizamos el mercado, redactamos un plan de empresa, adquirimos y nos formamos en el programa informático, hicimos visitas comerciales, y muchas más cosas que por su extensión son más dignas de un artículo de economía.

Y así abrimos las puertas de BYT Asesores hace siete años. Mi vida cambió por completo. Los tres primeros años fueron durísimos, ni siquiera cubríamos gastos y el miedo al fracaso siempre estaba presente. Pero el fracaso para mí no era una opción, aunque sería un duro golpe a mi orgullo y a mi bolsillo por la inversión de todos mis ahorros…

Las preguntas aparecieron de nuevo. ¿Estaré haciendo algo mal? ¿Mis precios son bajos? ¿Debería mejorar el tema comercial? Hicimos cambios de todo tipo, sin tener la receta perfecta para la solución. ¡Algo funcionará!

La compañera inicial salió de la sociedad por incompatibilidades y diferencias de criterios. Pero fueron incorporándose compañeros nuevos. Trabajamos duro y a partir del cuarto año todo empezó a ir bien…bien en el sentido económico, que es la finalidad principal de la vida de una empresa. Se pagó toda la inversión inicial y se cubrían gastos. Hoy somos siete personas trabajando, y estoy feliz.

En la actualidad hemos iniciado un proyecto nuevo, Finca3 Administración de Comunidades. Y, la verdad, nada tiene que ver con el estrés de la primera vez. Los miedos no son los mismos, ya conocemos el mercado y como llegar a él.

Para mí, ahora el trabajo es diferente. ¡Empieza el segundo pulso! Poder compatibilizar tu vida personal con el trabajo. Ahora estoy en ello, he estado sometido completamente a las necesidades de la empresa. He desatendido relaciones familiares, amistades, y a mí mismo. Un consejo: no os llevéis el trabajo a casa nunca.

Pero sí, lo digo alto y con orgullo, quizás con alguna cicatriz que no se ve, pero soy un joven de 31 años y…¡tengo mi propia empresa! Ésta es la historia de cómo llegué a ser emprendedor.